sábado, 14 de febrero de 2015

Detrás en la fundición

(Continuación de Detrás del escenario)

Entrábamos en el restaurante los cinco con aires de super estrellas del Rock. Nuestros andares parecían ir acompañados con la banda sonora de nuestras vidas y esta, estaba formada por nuestros propios temas. Mientras comentábamos la jugada, nos daban mesa y una vez acomodados empezaban a llenar nuestras barrigas con platos combinados y tapas de patatas bravas. Las cenas anteriores a un concierto son especiales, el buen rollo entre los componentes refleja el buen trabajo realizado que a su vez, genera ese buen rollo. Una espiral interminable de música y amistad que nunca debe desaparecer, por el bien del grupo. Nuestras cenas siempre acababan con un chupito de Jack Daniels, era casi una tradición, después de brindar con nuestros vasitos rebosantes de wisky, sabíamos que ya no habían más pruebas, no cabían equivocaciones, se acabaron los juegos y llegaba la hora de demostrar que no sabíamos más, pero lo que sabíamos, lo hacíamos de puta madre. Recogida mi mochila, la volvía a colgar del hombro y regresábamos al lugar donde empezaría la acción.

Cuando entras a la sala del concierto, empiezas a ver los primeros puntuales seguidores. -Para qué nos vamos a engañar.- Si te mueves por este mundillo casi toda la gente que viene asiduamente a tus conciertos son conocidos, así que la mayoría de tus seguidores son como tú, gente de otros grupos o que simplemente encuentras en cada concierto al que vas. Seguidores del Rock'N'Roll allá donde se encuentre, que acaban formando parte de la banda, al igual que tú formas parte de las bandas cuando vas a verlas actuar en directo. A esta gente, que normalmente es fija, se les juntan otras que no quieren perderse ese grupo que toca allí esta noche, sea por el motivo que sea. Al final el ambiente es inmejorable.

Después de las reglamentarias charlas con uno y con otro, dirigías la mirada hacia el escenario, todo bien preparado, debidamente iluminado y pensabas: -¡Uaaau, esta noche lo vamos a petar! Soy yo el que va a subir ahí arriba...- Nos metíamos en el camerino o trastienda o almacén que el garito tuviera, y mientras nos cambiábamos de ropa por algún atuendo más cómodo, o no, los leves nervios empezaban a surgir. Normalmente eran moderados, porqué llevábamos la lección bien aprendida y no necesitábamos comernos la cabeza con ningún aspecto técnico ni de memoria. Otras veces era como tener una culebra gigantesca apunto de salirse por la boca... así fue mi primera vez, pero no era lo normal. Nos dábamos ánimos unos a otros mientras empezaba la canción de la intro, que daba la señal de salida al escenario.

Luces apagadas, poco a poco todos nos colocábamos frente a nuestros instrumentos y... -¡PAAAH!- Toma el primer acorde. Los primeros segundos de todos los conciertos son escalofriantes y misteriosos, ya sea por el caos que forma el tremendo ruido que se genera ahí arriba o por la expectación a la reacción del público. Es entonces cuando todos pensamos: -¿Como puede ser, si en las pruebas nos escuchábamos de puta madre? -Ah, amigo... esa es la gran incógnita del inicio de un bolo.- Los instrumentos de cuerda amplificados lo pasan realmente mal, no tienen una referencia, no se escuchan a ellos mismos y tocan a ciegas, más bien a sordas. Igual con las voces; si no habéis cantado nunca a pleno pulmón sin escucharos, no sabéis de que os hablo. En cambio yo ahí detrás, con el tempo bien marcado, me dirijo con paso firme hacia delante esperando escuchar algún sonido de bajo que me afirme los golpes que estoy dando. Mi problema es que yo si me escucho, pero no oigo al resto. Fuera del escenario, este crítico momento pasa desapercibido. Allí el sonido es perfecto, la multitud del gentío ha dado a la sala mejor calidad acústica y está sonando estupendamente. A nosotros no se nos nota, salvo por las constantes indicaciones al técnico de sonido que se esfuerza por complacer a todos a la vez. Las tablas de años y años encima del escenario, hacen que te acostumbres a estos momentos y los solventes sin más repercusión. Al tercer tema la banda ya camina dentro y fuera del cuadrilátero.

Como ya sabéis siempre me ha gustado dar la nota y desde ahí atrás, tienes que esforzarte concienzudamente para que las miradas pasen del atractivo cantante, de los virtuosos guitarras y se dirijan hacia ti. No, no me he dejado el bajista por mencionar, en ese aspecto no era necesario batallar.

Las sensaciones del momento son increíbles e indescriptibles. Desde "la fundición", como me presentaba el vocalista cuando mencionaba uno por uno al grupo, las cosas se ven diferentes, con otra prespectiva. Me sentía un privilegiado, veía todo lo que sucedía cómodamente sentado en mi trono "Pearl Roadmaster". En mis manos reinaba el poder de dar el énfasis que quisiera en cada uno de los temas, manejaba a mi antojo la dirección del concierto y elegía egoístamente el sendero a seguir. En realidad, todos piensan que los cantantes y guitarras son los que mandan en un escenario, ¿no? Pobres ilusos... los que tenemos la sartén por el mango somos nosotros, los bateristas.

Recordaré siempre, y es motivo de más de una carcajada cuando lo comentamos, que una ocasión al inicio de un nuevo tema, el cual empezaba yo con el bombo a negras marcando un ritmo contundente y machacante al que se unían el resto de instrumentos, cuando de repente se gira el cantante y me dice sin más preámbulos: -Tu espérate, no empieces, ya veras... -¡Me cago en la puta! ¡Qué coño pasa! ¿¡Qué va  a hacer!? ¿¡Qué tengo que hacer!?- No podía adivinar lo que le había pasado de forma repentina por su peinada cabeza y encima era una intro muy rápida y precisa, no daba lugar a sorpresas de último segundo. Que te digan esto cuando estás a punto de aporrear la caja con todas tus fuerzas, es lo más grande que puede suceder encima de un escenario. Bueno esto y que alguien del público se cuele por detrás del escenario, se acerque a ti a rastras por el mugriento suelo mientras estás en el epicentro de un tema para pedirte tabaco... -¡Que momentazos!-

Se acerca el gran final, se escuchan los últimos acordes del tema que cierra el concierto. Fundimos un final apoteósico y lo introducimos en un molde de aplausos y agradecimientos. Un final de aquellos que revientan lo que falta por reventar. Un final para la prosperidad.

Se acabó. La vida entre la grandeza divina se ha esfumado con las primeras luces que iluminan el recinto. Caes de golpe al duro suelo y no eres precisamente un Ángel. Te incorporas entre la multitud en busca de la barra donde te servirán una cerveza o un cubata bien frío y durante el trayecto no paras de recibir elogios y felicitaciones. -¡Joder chaval como le pegas! -Hacia tiempo que no os veía, ¡los temas nuevos son una pasada!. -Lo ves, cuando el bajo y la batería se entienden, sobran las demás chorradas. -¡Habéis sonado de puta madre! -¿Cuando es el próximo?- Al fin logras apoyarte en la barra y te encuentras con los demás componentes. -¿Como lo has visto? -Bien, he estado cómodo. Se ha escuchado bien dicen. ¿Y por ahí delante? -Bien, el principio un poco chungo, pero bien, me escuchaba bien.- Así seguíamos mientras apurábamos nuestras hidratantes bebidas intercambiando impresiones y momentos gloriosos. La sala empezaba a desalojarse de gente en busca de la continuación de la fiesta. Una fiesta que nosotros no veríamos ya que todo aquello que con alegría se había construido sobre aquel templo radiante llamado escenario, debía ser destruido para ser de nuevo creado una vez llegado al local de ensayo.

El reto de introducir ese Tetris de fundas negras acolchadas, debía volverse a repetir. De camino al local, a solas con la cinta de los Ramones, no paras de darle vueltas a la cabeza sobre todas las sensaciones sentidas allí arriba, en lo alto de la cima y piensas: -¿Cómo sería dedicarse a esto en plan profesional, sin estas miserias y con unos buenos pipas? ¡Que gozada!- Te contestabas. Pero no, llegas al local y la negra noche te saluda, el frío empuja de ti y hace que subas el bombo tu solo y con los platos colgados del cuello. Ya descansa todo en casa y te invade la satisfacción de haber acabado un buen y satisfactorio trabajo.

Un último y familiar canutillo en busca de la inevitable despedida, se empieza a liar. Entre humeantes caladas se escucha: -Bueno, nos vemos el martes, ¿no?. -Sí, yo vendré antes, a montar todo esto. -Sí, yo también aprovecharé para pegarle un fregao. -Bueno pavos, ha sido un placer. -Igualmente... nos vemos el martes familia.-

4 comentarios:

  1. Ha de ser una gratificante experiencia de camaradería con el grupo y de satisfacción personal. Nunca he experimentado esas sensaciones que cuentas porque nunca me he visto en una situación parecida, pero creo que merecen la pena... aunque luego haya que volver "a la realidad" :)

    Una continuación estupenda, la he disfrutado mucho.

    Un abrazo y feliz noche!!

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    1. Muchas gracias Julia.

      El sentimiento amargo al volver al mundo real, es proporcional a la mejor sensación cuando estas en lo más alto. Aun así merece la pena.

      ¡Un saludo!

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  2. Muy bueno este fin de fiesta. El público también disfrutaba muchísimo desde allí abajo.

    Palo de Ciego marcó un gran antes y después.

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    1. Joder, no parábamos. No volveré a ver ese ritmo frenético de bolos.

      ¡Gracias!

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