sábado, 20 de diciembre de 2014

Macarrillas de cartón

Se sienten atraídos por mi como las abejas al polen. El motivo, no lo sé, pero siempre ha sido así.

Al pasar tu infancia y adolescencia en un barrio, como en el que yo crecí, vives momentos inesperados donde una simple palabra o un simple gesto, pueden ser detonantes de acontecimientos, digamos que, peligrosos para tu persona. Las decisiones deben tomarse de forma repentina, sin apenas tiempo de reacción y sin poder llegar a razonar cualquiera de los actos o acciones elegidos para resolver el encuentro, dejando en manos del destino el desenlace de estos. Medirlos ha de ser muy preciso, tan preciso como el corte de las navajas a las que te enfrentas. El miedo te paralizara, engarrotara tu cuerpo y entrecortará tu habla, quedando al descubierto ante personajes que buscan exactamente eso, el horror de sus víctimas. Cuando te escuchas, entre balbuceos, las palabras sin sentido e incoherencias que vas soltando, al momento te das cuenta que la estás cagando, estás poniendo en evidencia tu inferioridad ante la situación que se presenta. Tu vulnerabilidad queda reflejada, te sientes solo ante una abrumadora montaña de acontecimientos. No sabes como afrontarlo. Pero de repente, por alguna razón, los planetas se posicionan de tal forma que el cosmos te da un golpe de fortuna llamado "suerte".

Normalmente si puedes contarlo las primeras veces, es gracias a la suerte. Pero con el tiempo estos encuentros fortuitos, con la experiencia, se hacen más llevaderos e incluso en etapas más avanzadas, puedes permitirte el lujo de pegarte alguna vacilada. Nadie enseña como afrontar estas situaciones tan desagradables para el lado que las sufre que a la vez, son tan reconfortantes para el lado que las realiza. ¿Por qué digo reconfortantes? Porqué para estos desechos humanos no hay nada que les provoque más placer que humillar delante de otros de su casta, a sus indefensas víctimas.

En todos los barrios encuentras a estos energúmenos, acosadores a distintos niveles, pero todos con este objetivo. Les gusta que se cree una fama de "peligro" alrededor de ellos, desean por encima de todo liderar el grupo de seres con los que se rodean y en su afán de conseguir superarse, llega el día en que la cagan. Sobrepasan los limites y no les vale con sacarte un bardeo, eso ya está muy visto, hasta el más pringao de ellos se atreve a enseñar la puntita de su mariposa. Necesitan reafirmarse como líderes y eso les lleva a cometer el último acto como seres humanos al perder la poca humanidad que les quedaba.

Ya no hay sitio para ti al convertirte en un despojo de la sociedad. Esto no es Grand Theft Auto donde puedas jugar otra partida después de ver "Game Over", ¿¡qué pensabas!? Elegiste voluntariamente el camino de la perdición de la consciencia razonable. -Tus actos, por fin, hablan por ti, lo has conseguido. Has llegado a lo más alto, no tienes que seguir buscando. Ya es tuyo. Toda una vida de superación ha dado sus frutos y debes sentirte orgulloso de ello, la gente que te rodeará a partir de ahora, te admirará como nunca cuando se deslice la pastilla de jabón de entre tus manos y se pose en el resbaladizo suelo de la ducha. Serás admirado tan a menudo que el centro de atención de lo que te rodea estará en tus posaderas.- Es entonces cuando entenderás lo que a tus inocentes víctimas les pasaba en tus ratos de exhibición ante la pandilla y es a ti al que ahora la "situación" le queda grande. Pero no te preocupes a base de insistir adquieres experiencia y llegará el día en que todo quepa.

Pobre... la cárcel no debe ser un castigo, sino un sitio idóneo donde corregir los errores causados por tu mala conducta. Una especie de confesionario donde pasas un tiempo arrepintiéndote del daño causado y quedas limpio de culpa. Tranquilo saldrás y volverás a ser lo que eras, si es lo que deseas. Te integrarás de nuevo en la sociedad, así es el sistema, bondadoso con el hijo pródigo.

El rollo ese de que las condenas, de alguna manera, sanan por si solas esas mentes enfermas por norma general, es eso, un rollo. Si no hay voluntad de cambio, no hay cambio posible. Incluso habiendo voluntad, el cambio cae tan cuesta arriba, que el camino se hace tremendamente sufrido y es mucho más fácil entregarse a la llanura de lo habitual y cuotidiano. Sé que es un tema muy escabroso y acepto todas la criticas posibles, pero sin arrepentimiento no hay redención.

Cuando iba por los porches y me topé con unos quince macarrillas. La vez que nos asaltaron dos tipos en moto, cuando íbamos con las bicis de montaña. El día que me esperaban cuatro pavos en el lavadero de coches. En el patio del colegio corriendo al ser perseguido por unos tíos que ni siquiera conocía. La noche que nos atracaron, a mi y cinco chavales más, tres pintillas. El incordio del típico abusador en la parada de autobús. Esa famosa mirada a la que se refieren todos con ese "¡Tú que miras!"... y así podríamos seguir un buen rato si tuviera ganas de recorrer los lugares más recónditos de mi cerebro.

Muchas situaciones a resolver con una sola moneda, un solo lanzamiento al aire y dos opciones, cara o cruz. Tu destino está en juego.

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