sábado, 8 de noviembre de 2014

Héroes

(Continuación de Tío Cortao)

No pasó ni media hora cuando las caras de algunos pasajeros reflejaban una palidez poco habitual. El cámara y la reportera, con medio cuerpo asomado a la banda, echando hasta el desayuno del día anterior. No veas... los peces de la zona comieron caliente ese día. Yo por lo contrario, que ya había ido alguna noche a ver como trabajaban, nunca me había mareado y no me daba cuenta de la situación. Lo estaba pasando en grande. No teníamos comida, el agua escaseaba, había gente a punto de sufrir un ataque; pero yo estaba allí, junto a mi padre, pasando un gran día en alta mar. Los nervios empezaron a aflorar por encima de sus cabezas. Todos los allí presentes sabían que aquellos dos no iban a aguantar mucho tiempo más. Fue entonces cuando mi padre y mi primo, decidieron poner rumbo a tierra. No nos alejamos ni media milla que avisaron por radio. El aviso era claro, no alejarse de la zona por peligro a que otras embarcaciones pudieran embarrancar con aquel trozo de madera flotante. Rectificamos y volvimos a repasar nuestra circunferencia imaginaria. Los aires seguían inquietos, no mejoraban, cuando de pronto la chica que ya llevaba tiempo tumbada en la cubierta en posición fetal, empezó a convulsionar. Perdió el conocimiento por unos segundos y permanecía rígida entre espasmos.

A mi ese momento me pareció como un déjà vu, ya había vivido aquella situación antes y me vino a la mente. Era como un boquerón o una sardina recién subidos a bordo. El salabre se abre y caen centenares de estos peces, que una vez tocan la cubierta empiezan a ejecutar ese baile de espasmos que ahora tenía la reportera. Qué paradoja, allí yacía la chica cuál sardina recién pescada. El mar nos devolvía la jugada.

Fuera de mi peculiar mente, el pánico invadía al personal. Inmediatamente avisamos por radio del panorama que teníamos a bordo. En cuestión de minutos una lancha de la Cruz Roja apareció de la nada. Cuando los dos moribundos vieron el emblema de esa cruz roja con el fondo blanco, se les abrió el cielo. Recuperaron el color de inmediato. Embarcaron en la semi-rígida y desaparecieron entre el suave oleaje.

Quedábamos el fotógrafo, el dueño de ese tronco naufragado, mi padre, mi primo y yo. Cinco personas de ocho, la estadística no era mala si contemplábamos el tiempo que había pasado desde la salida de puerto.

Mi ánimo inquieto, que muchas veces me ha jugado malas pasadas, esta vez me sirvió para encontrar un paquete de Donettes debajo de la litera del puente. Compartí un par con mi primo, ofrecí alguno a mi padre que claramente negó y el resto me los zampé sin más preámbulos.

Ya era de noche, seguíamos la pista del navío hundido aprovechando la ayuda del flash de la cámara del fotógrafo. Era hora de llamar a refuerzos. La jugada era la siguiente: Llamaríamos a algún barco amigo de la flota, nos relevaría, pondríamos rumbo a tierra donde cambiaríamos el barco por el gran "Avi Juanito" que era más firme y disponía de una grúa poderosa, cargaríamos con ella varios bloques de hormigón, de esos que delimitan las zonas de tránsito o aparcamiento, los cargaríamos a bordo y los lanzaríamos de tal manera que incrementara el peso y así pudiera hundirse definitivamente.

Así fue, llegamos a tierra y nos esperaba toda la familia y algún que otro curioso oportunista. Mi madre quería que desembarcara. ¿¡Cómo iba a desembarcar!? ¿¡Si ahora venía lo mejor?! -¡Mama joder! ¡Papa mira la Mama!- Alguien nos entregó unas bolsas del McDonald's que guardaban unas jugosas hamburguesas en su interior.

Una vez con los depósitos de glucógeno y grasa restablecidos, llegamos al punto donde las coordenadas indicaban. Mi padre amarró el primer bloque de hormigón. No sé como lo hizo, pero la lazada que utilizo fue perfecta. El pesado bloque se mantenía firme atado a la grúa, un extremo del cabo permanecía entre sus manos, a la vez que posicionaba la grúa. Estira de él y "PLUMB" primer bloque. Misma operación y "PLUMB" segundo bloque y así hasta cinco.

El barco descansaba por fin en el fondo del mar. Después de tanta odisea, el objetivo estaba cumplido. Entonces sentí lástima, yo quería más, quería que no se hundiera jamás y así poder permanecer por siempre en esta aventura junto a él, mi padre.

Regresamos como héroes. Pero yo sabía que el único merecedor de tal comparación era solo una persona.

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