martes, 14 de octubre de 2014

Llévame

La situación es la siguiente:

Lunes 5:58:02 de la mañana, faltan dos minutos para que la radio inicie su encendido programado y el informativo matinal taladre tu cerebro adormilado. Te encuentras tumbado mirando al exterior de la cama, giras sobre ti mismo y abrazas a la persona más importante de tu vida, a la que más quieres, aquella persona que sin su presencia cercana hace que tu vida pierda el sentido. 5:58:40 coordináis las respiraciones como si estuvierais escuchando una claqueta con el mismo tempo. La posición es inmejorable, vuestros cuerpos se encajan a la perfección, nada molesta, estáis completamente moldeados el uno al otro. Paz, tranquilidad, el vacío absoluto, solos en la nada. 5:59:13 lo empiezas a pensar, ese pensamiento recorre tu espina dorsal y posee tu cuerpo otra vez. Siempre es lo mismo, siempre aparece. 5:59:28 Te reafirmas en lo que piensas. Si alguien o algo, incluso algún ser diabólico o maligno, te formulara una petición de cambio, un trato, aceptarías sin dudarlo. No llegar nunca al caos de las seis, cambiar ese colapso mental de enfrentarse otra vez a la gincana diaria, por esa sensación placentera infinita. Lo firmarías ahora. No es una decisión en caliente, lo llevas razonado dos minutos eternos, lo firmo consciente de ello. 5:59:58 no ha aparecido, todo sigue igual. He propuesto dar mi vida a cambio y aún así no ha habido trato. Sé que tendré más opciones, pero no sé si aguantaré hasta que aparezcan. 6:00:01 te desprendes de todas esas sensaciones de forma automática e invaden tu cuerpo las antítesis de ellas.

Frente a semejante caos, solo cabe decir: Buenos días.

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